Silvia
Carrasco, Profesora de Antropología Social de la UAB y miembro de la Junta del
Moviment Democràtic de Dones – Movimiento Democrático de Mujeres
Fuente imagen: Rafael Alejandro García |
Marx y Engels
pensaban en masculino y además se quedaron cortos en su capacidad de imaginar
el alcance de la mercantilización de los seres humanos. Enteros o por partes,
la tecnología médica de nuestra época permite un aprovechamiento óptimo de los
mismos. Y sin lugar a dudas, los cuerpos de las mujeres -al contrario de lo que
tradicionalmente se ha pensado, desde una supuesta carencia clave que impidiera
considerarlas como seres humanos completos- ofrecen muchas más prestaciones
como mercancías y desde su más tierna edad. Dada la tiranía del consumo
capitalista y el valor supremo que consagra camuflado de derechos, la libre
elección individual, los cuerpos de las mujeres no solo se pueden comprar y
vender enteros o por partes, sino que se pueden usar al margen de sí mismas,
mediante el alquiler. Y como en toda lógica del capital, se trata de abaratar
costes y maximizar el rendimiento. Así como se venden o se roban riñones para
quien pueda pagarlos, se alquilan úteros para disfrute temporal del consumidor
hombre: caballero, elija la función que mejor se adapte a sus necesidades
sexuales o reproductivas. Rompemos los precios, dos por una, oferta del mes, nuevos
materiales, servicios intensivos, garantizamos todas sus fantasías, aproveche
nuestra happy hour... Bonus: incluso
suelen limpiarlo todo ellas mismas. Quien tiene
a una niña o a una mujer, sin duda tiene un tesoro. La trata es un negocio
de primer orden y las minas no se agotan nunca.
De ahí que cuando en una serie dirigida al público juvenil y en horario de
máxima audiencia (Merlí, TV3, segunda temporada), un personaje gay afirma en la
televisión pública que piensa tener hijos "con un vientre de
alquiler" lo que hace es reproducir y legitimar la hegemonía masculina y el mercado. Lo veo, lo quiero, lo tengo. No importa cómo, es mi derecho de
consumidor. Retrocediendo a las raíces, a la caverna de la violencia
estructural contra las mujeres, como siempre, absorbida y ampliada por este
insaciable modo de producción. Primero las piensan cuarteadas, para poseerlas
por partes y plazos. Y luego se escandalizan de que las maten ¡Vaya incongruencia
y qué muestra ínfima de solidaridad!
Porque un derecho humano jamás se asienta en la degradación de un ser humano.
Amigos gays, pensad desde la subalternidad y no desde el patriarcado y el
capitalismo. Nos matan porque sigue siendo revolucionaria la idea de que las
mujeres también somos seres humanos, como dijo Davis, que sabía bastante de
esclavitudes y de derechos civiles. Esa, compañeras y compañeros, es sin lugar
a dudas la primera contradicción.
De la misma manera que donamos sangre, mujeres y hombres, y beneficiamos con
nuestros cuerpos a los cuerpos de otros seres humanos sin perjudicarnos, debemos
luchar incansablemente para que nadie se vea abocado a vender su riñón ni
alquilar su útero para sobrevivir, y perseguir implacablemente a los miserables
que hacen negocio con ello en el mundo global y local. ¿En qué momento se
confundió el sueño de la emancipación de los seres humanos con la pesadilla
neoliberal que se apropia de los seres humanos y de sus cuerpos, y, en
especial, de los cuerpos de las mujeres? La izquierda debe reflexionar
seriamente sobre ello ante los cantos de sirena de una noción de modernidad que
produce monstruos. De esa ya quedó saturado el siglo XX. Y regularizar el
consumo de los cuerpos de las mujeres equivale a legalizar la venta de órganos
para saldar las deudas. Y este no es el modelo social que defendemos.
Nota: Este artículo se enmarca en la sección Actualitat Feminsita de libre publicación del blog del MDD, cuyo objetivo, es promover la participación de las lectoras y lectores. El Moviment Democràtic de Dones no se hace responsable ni del contenido ni de la forma de los artículos publicados en esta sección, que no son editados. Puedes mandar el tuyo a mddonescat@gmail.com. Rogamos claridad, concisión y buena ortografía y una buena dosis de perspectiva de género
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