Cruz Leal, MDD.
La realidad de la
prostitución se alimenta de un imaginario en el que curiosamente la visión de
las mujeres no coincide con la masculina. No me estoy refiriendo a juicios de
valor sobre la actividad o sus protagonistas, hombres o mujeres. Me refiero al
hecho de que ser prostituida no es algo deseado por la mayoría de las mujeres.
Es evidente, una obviedad, de no ser así
la trata hace mucho que habría dejado de existir, porque todas nos
dedicaríamos y el tráfico de mujeres y niñas no sería necesario. Tampoco lo sería que nos recordaran desde
todos los altavoces y medios que eso es
lo que se espera de nosotras y que es para lo que servimos.
Somos más de tres mil
millones de mujeres que evidenciamos cada día, lo que algunos se niegan a
aceptar, de empecinados que están en
defender sus privilegios y negocio. Que no queremos ser sus putas es una verdad
como un templo, pero siguen por todas las vías posibles con su insistencia.
Nuestra resistencia implacable y obstinada, fastidia. Y por ello nos ignoran, ridiculizan,
difaman. Pero ahí seguimos, somos
feministas, abolicionistas y lo llevamos con orgullo, porque sabemos que la
mayoría de las mujeres comparten nuestros planteamientos. Y esto no es
arrogancia, ya basta del baile de cifras, la prostitución es un problema
social, ideológico y político. La única
cifra constatable es que más de tres mil millones de mujeres no queremos ser
prostituidas. Las que lo hacen admiten estar obligadas por las circunstancias, ante
la escasez de mejores opciones, las más son explotadas o esclavizadas. Se puede argumentar que tampoco las mujeres
queremos trabajos de miseria, alienantes, es verdad. Pero a pesar de ello no
optamos por la prostitución, nos tienen que llevar al límite para someternos,
nos tienen que quebrar para aceptarlo. Pueden argumentarnos que es debido al
estigma que lleva asociado, esto es un insulto a nuestra inteligencia, hay
trabajos igualmente estigmatizados y con pésimas condiciones, a pesar de lo
cual los aceptamos antes que prostituirnos. Por qué ese empeño en mantener la
empresa, simplemente porque los protagonistas, los que generan la prostitución
con su demanda son los hombres, nosotras solo la sufrimos. La institución les
rinde pleitesía.
Dado que las mujeres
somos seres inteligentes y según parece llevamos puesta nuestra propia empresa;
¿por qué razón no nos dedicamos todas en cuerpo y alma a prostituirnos?, ¿por
qué no sacamos beneficio personal de este inmenso y lucrativo negocio que es la
prostitución?, ¿por qué preferimos engrosar las estadísticas de la pobreza
pudiendo vivir como reinas?. Detrás de todas las explicaciones,
interpretaciones y lecturas del fenómeno por el cual las mujeres rechazamos el
ejercicio de la prostitución hay una razón incontestable; no queremos,
simplemente nos negamos. ¿Por qué hay que repetirlo tantas veces?. ¿Tanto
cuesta aceptar que nos revelamos contra aquello que se espera de nosotras, el
sagrado mantra de que nacemos para putas y no servimos para nada más? Nuestro
empecinamiento y resistencia son nuestro modo de transgresión; la no aceptación
de la imposición del sistema patriarcal y su alianza con el sistema neoliberal
vigente que nos quiere como emprendedoras de nuestra propia miseria. Para lo
cual nos expropia de lo único que nos queda, nuestro propio cuerpo, anulando
por completo el último resquicio de humanidad, y nos propone ofrecernos como
mercancía.
No queremos ser putas.
No queremos despertar cada día para aceptar que nuestro cuerpo sea penetrado
por todos sus orificios, manoseado, maltratado… exhibiéndolo semidesnudo haga
frio o calor, expuesto a miradas enjuiciadoras que valoran la carne en relación
a su uso y precio. No queremos ser cosificadas y enajenadas de nuestra dignidad
de personas para ser tratadas como escupideras de fluidos de desconocidos. No,
no queremos ser vuestras putas, llevamos siglos diciéndolo.
De ahí la insistencia
de los voceros desde todos los púlpitos, siempre a favor de quienes intentan
hacer de la prostitución su negocio, el que proclaman como el mejor trabajo
posible, y evitan siempre mencionar la realidad ¿alguien conoce a alguna
prostituta rica? En cambio puteros los hay a miles, y proxenetas también. La
realidad siempre es mejor evitarla, que no estropee el negocio. Nada dicen
de las condiciones de todas aquellas mujeres explotadas, niegan su sufrimiento.
Lo llaman transgresión ¿qué norma transgreden ocupando el lugar que el sistema
nos tiene asignado? ¿qué crítica introducimos en un sistema explotador si nos
explotamos a nosotras mismas? Ventilan de un plumazo los logros conseguidos en
una lucha desigual durante tanto tiempo. Todos los esfuerzos por acceder a las
ventajas de una sociedad en condiciones de igualdad, como sujetos de derecho y
personas, el acceso a la formación y el trabajo, la defensa de nuestra
dignidad… quedan pisoteados por el discurso del individualismo feroz del
sálvate tú misma como culpable de tus desgracias. Si eres pobre, si tienes
trabajos de mierda, es porque quieres, hazte puta y todo arreglado.
Fuimos las feministas
las que planteamos la reivindicación de la sexualidad femenina y de su
ejercicio en libertad, la sexualidad como disfrute y placer, la libertad de
elección, la diversidad sexual y la posibilidad del descubrimiento personal y
de la alteridad en unas relaciones elegidas y aceptadas en igualdad. El
feminismo y las mujeres orquestamos un descubrimiento de nuestra sexualidad, de
nuestros cuerpos y del control sobre los mismos desde lo más íntimo,
proyectando el cambio desde las relaciones interpersonales hacia toda la
sociedad. Y esta fue nuestra revolución de la que estamos orgullosas. Aún sin
el debido reconocimiento, nuestra historia y sus logros están implícitos en
cada mujer u hombre que establecen y optan por una relación en igualdad, y
ponen el sexo libre como bandera para la aventura más arriesgada, generosa y
enriquecedora, la alteridad. La prostitución no tiene nada que ver con esto, es
algo ajeno, que no nos interesa. Reiteramos, no queremos ser vuestras putas.
Ellos son los
verdaderos protagonistas de la prostitución pero jamás dan la cara, su poder
está en la sombra. Hablar de prostitución es hablar de grandes cuentas en los
bancos, en paraísos fiscales, de inmensas cantidades de dinero que corren en
negro para comprar voluntades y leyes protectoras del negocio. De lobbies que
presionan gobiernos y rigen los mercados con mano de hierro y desprecio social.
De todos aquellos que no aparecen en los medios; inversores aislados en
burbujas que con pulsar una tecla arruinan países; de falsos empresarios que son
en realidad proxenetas y no dudan en encerrar a sus víctimas, mujeres o niñas,
para sacarles beneficios y cuya suerte les es indiferente; de traficantes de
cualquier cosa que les lucre, seres envilecidos como lo fueron y siguen siendo
los tratantes de esclavos; de chulos y macarras capaces de amedrentar, golpear,
violar y si la situación obliga, matar. Una historia conocida por todos y que
los medios silencian y censuran deliberadamente.
La prostitución es un
problema de los hombres que sufrimos las mujeres. Cabe preguntarse por qué la
sociedad acepta con total naturalidad esa demanda masculina y por qué este
hecho nunca se cuestiona.
Hablar de
prostitución es hablar de lo que las mujeres no queremos hacer salvo obligadas.
Y también es hablar de la hipocresía de un modelo económico caduco que ha
llegado al límite y pretende retroceder hacia la esclavitud consentida,
corrompido por la codicia y la basura de los discursos huecos de aquellos que
temen perder su comodidad. Que nos cuentan mentiras sin pudor y son alentadores
de un sistema salvaje porque les falta convicción, talento y valor para
enfrentarse al mismo. Es hablar de la cobardía de quienes piensan, hombres y
mujeres, que a ellos nunca les va a pasar. Piensan que la prostitución es algo
que afecta a las mujeres pobres y sin recursos; mejor que consientan y lo hagan
contentas. Mejor es venderles una ilusión de libertad, responsabilizarlas de la
elección de su desgracia. Es infame que se nos intente convencer de que prostituirse
es lo único que podemos hacer. Que es lo mejor, que además lo hemos elegido
libremente y que con ello reventaremos el sistema que nos explota.
En un momento en el que
el sistema patriarcal está cuestionado, la función que ejerce la prostitución
es la de reforzar y legitimar un modo de masculinidad, un modo de ser hombre
como autoridad y referente superior, un macho alfa capaz de imponerse e imponer
su deseo, la prostitución le otorga un plus de masculinidad. Al mismo tiempo se
erotizan el poder, el abuso, la violencia, el uso de los demás en beneficio
propio. Entre los más jóvenes que han sido socializados en una sociedad
democrática con intención igualitaria, la prostitución es una escuela de
desigualdad que impone la lógica del consumo y ésta prevalece sobre cualquier
otra. Las relaciones de alteridad, se interpretan
desde el consumo, los derechos del consumidor y el valor de la mercancía. La
humanización en la relación desaparece. Y desde la experiencia más íntima se
proyectan hacia las relaciones sociales. En la sociedad resultante todo está
mediatizado y justificado por el cálculo mercantilista, las personas también. Para
mantener el control la demanda se centra en la juventud y la inexperiencia, el
abuso de menores es recurrente. En las investigaciones, redadas y detenciones,
los testigos reconocen la presencia de menores en los burdeles, pero está
naturalizado, tanto como la esclavitud. Ninguno denuncia.
La
prostitución, la trata, la pornografía están vinculadas y organizadas por la
globalización capitalista comulgando religiosamente con la ideología neoliberal.
Pero en cambio, han sabido convencernos de que lo progresista es ir hacia atrás
y apoyar la legalización de la prostitución. Ahora lo personal, en lo que
respecta al cuerpo y el uso de las mujeres, ya no es político. Es simplemente
personal. El análisis político y la violencia simbólica y real que subyacen en
ella son apartados y deslegitimados. Las consecuencias son un macronegocio con
un volumen de caja y recaudación, y un entramado de corrupción tan inmenso que puede
llegar a superar la voluntad de los gobiernos, con la incidencia y presión de
los lobbies proxenetas.
Somos feministas y
somos abolicionistas, porque el feminismo no se preocupa tan solo de algunas
mujeres, incluye en su modelo social a toda la sociedad y habla de personas en
igualdad. Las abolicionistas reclamamos la vigencia de los derechos humanos y sociales,
también para las prostitutas, pero no por su actividad sino por su condición de
personas. Y por lo tanto reclamamos con urgencia unas políticas públicas
adecuadas a la solución del problema y no para su pervivencia y aceptación
resignada como un mal menor.
Las políticas que
reclamamos deben tener la aspiración legítima de erradicar la prostitución y no
solo que su práctica se haga con garantías sanitarias. Deben estar dotadas de
suficientes recursos y fondos económicos y ser sostenidas en el tiempo, con
unos compromisos institucionales y políticos mantenidos. Toda acción de
gobierno debe tener contenido igualitario. Con políticas específicas de apoyo a
las mujeres que ejercen la prostitución, con alternativas reales, tanto a las
que quieren abandonarla, como aquellas que desean seguir. La mirada solo puede
ser bajo una perspectiva feminista y de género y en este sentido no hay medias
tintas, el feminismo solo puede ser de izquierdas y no tiene cabida en un marco
neoliberal.
Es imprescindible
centrar el debate en el consumo y en los consumidores, hay que incidir en la
demanda mediante la sanción social. De la misma manera que se rechaza al
maltratador, el putero debe ser cuestionado. No puede aceptarse como natural y
sin consecuencias un ocio que se disfruta en cuerpos ajenos. Trasladar el
interés al consumidor putero sí que sería verdaderamente innovador y
transgresor y cambiaría el sentido de las políticas, es lo mismo que sucedió
con la violencia de género.
Es imprescindible
desmontar las falacias y mitos construidos en torno a una sexualidad regida por
el mercado. No podemos naturalizar la
compra y venta de los cuerpos de las mujeres con el autoengaño exculpatorio de
una elección voluntaria.
Para los
representantes de la nueva política les señalo que el mercado, los mercados, no
son entes abstractos, tienen nombres y apellidos y algunos gestionan
macroburdeles. Tampoco son espacios neutrales, tiene ideología, y en este
momento la hegemonía es neoliberal. En ellos los pobres no compran, solo venden
lo único que poseen y a muy bajo precio.
La regulación de la
prostitución solo es defendible desde posiciones neoliberales, sus mayores
defensores son los proxenetas y traficantes. Pero jamás veremos sus rostros,
los medios no se harán eco salvo que caigan en desgracia. Utilizan la máscara
más amable, son las propias prostitutas las que defienden la gran industria.
Esta lógica perversa de defender a ultranza las propias cadenas, intenta
invalidar cualquier intento de acercamiento a la comprensión y erradicación del
fenómeno. Es el proceso del maltratador que intenta aislar a su víctima de
cualquier entorno que no favorezca a sus propios intereses. Los sectores
regulacionistas no aceptan ningún debate, deslegitiman el análisis político, y
también el ético. Lo naturalizan como algo inevitable sin reconocer que jamás
se han abordado sus verdaderas causas y que no se le han destinado medios. Se
limitan a constatar su existencia, lo cual es cierto. Tan cierto como que
existimos los más de tres mil millones de mujeres que no queremos
prostituirnos. No queremos ser vuestras putas, no nos cansaremos de repetirlo.
Cruz Leal, pertenece al MDD de
Catalunya, en pro de un feminismo como último ideal universalista.
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